A Mauricio no le gusta que le dirijan la palabra cuando mira un partido de Boca. Tampoco se banca que le interrumpan un picadito de fútbol en Olivos, en los Abrojos o en Tandil. Y no le gusta perder. Sus funcionarios lo saben: podrán ponerle lírica, pero golear al jefe tiene sus riesgos.
Twitteando de visitante
Puedo dejar constancia de las tres cosas. Pero el castigo de interrumpir un partido lo experimenté apenas fui designado perro de Estado, a verbigracia de Durán Barba. Apenas comencé en el ejercicio de mis funciones, me entusiasmé cuando comencé a ser tratado por todos como mascota presidencial y un hito iniciático fue mirar los picaditos desde el costado de la cancha. Hasta que me cebé con las gambetas de uno de los voceros que se le anima al Presidente y me lancé, como perro en cancha de bochas, a jugar con la pelota.
El primer habitué del “fulbito presidencial” que me castigó a patadas fue Fernando de Andreis, secretario general de la Presidencia, gallina nato y ruin estilista del mediocampo. Nunca lo olvidaré, a pesar de mis aullidos y de mi huida, el segundo en aplicarme la furia por enamorarme de la pelota fue el bostero más querido por Mauricio dentro de ese gabinete con tan poco barrio encima: Iván Pavlovsky. Es uno de los bulleados presidenciales más importantes de la Casa Rosada, actual vocero personal de Macri (y periodista deportivo). Vive pegado a Mauricio, una sopapa desde que al jefe se le ocurrió pelear por la presidencia de Boca e intentar una carrera política.
Tanto el gallina De Andreis como el bostero Pavlovsky fueron los encargados de estimular los más bajos instintos presidenciales para que, como un rey, le ordenara a todos sus súbditos que incluyeran público visitante en los dos megasuperclásicos de la Copa Libertadores. Un fenómeno que comenzó a ser cuidadosamente repujado desde los cuartos de final, cuando a Mauricio le cayó la ficha del bálsamo de esperanza que sería para la crisis que le corroe el humor, la creatividad y las ganas de seguir en política.
Operación seducir a Román
“Esto no se puede decir, pero apenas terminó el partido con Palmeiras, y se confirmó que venía una final de ida y vuelta con River, le dijimos que era una gran oportunidad, que había condiciones y que el Tano iba a hacer lo que le dijera”, le escuché decir a Ivancito, el que le habla de fútbol todo el tiempo pero que de política realmente nunca pudo.
El segundo en atajar el mismo centro fue ese gallina que Mauricio respeta, de Andreis. Le comió el coco varios días con el tema, parecía la oposición dócil que le dedican los radicales en Cambiemos. Fernandito fue el encargado de redactar el tuit que el Presidente lanzó el viernes pasado para instalar el tema. Un intento del que tuvo que recular en chancletas apenas el Tano le dijo que estaba loco, amparándose en el presidente de River, D’Onofrio, que para colmo puteó a todos apenas se enteró por los medios. Y por supuesto llamó a Fernandito para decirle que se le había ido la mano.
El papelón generó bronca entre los ministros de Mauricio. “Nos estamos comiendo un papelón por culpa de dos tipos que sólo se encargan de acompañarlo al baño, de decirle que hace todo bien y de hablarle pelotudeces de fútbol, mientras nosotros como boludos estamos atajando los penales”, se quejó un bostero que no se le anima nunca a Mauricio.
Sabe que “esos dos boludos” son los que le habilitan alegrías al Presidente en un mar de amarguras. Como hace dos semanas, cuando insistieron y consiguieron que Juan Román Riquelme acepte la invitación a Olivos para jugar un picadito y luego comerse un asado. Hablaron dos horas en privado: una de las charlas más largas que mantuvo Mauricio en su vida y que posiblemente haya sido de fútbol y de política.