Al máximo exponente de la comunicación macrista ahora se lo ve muy poco por los pasillos de la Casa Rosada. El jefe de Gabinete Marcos Peña, considerado por Mauricio como el hombre que logró el milagro de transformarlo en Presidente, guarda un perfil acorde al desgaste que quiere revertir. Especialmente desde que la crisis lo transformó en el ministro más cuestionado de los “cinco peores meses” de la vida del Presidente, aunque uno de los pocos que sobrevivieron a la reducción de 22 ministerios a la mitad.
No sólo se lo ve poco en Balcarce 50, sino que ahora es víctima de la mayor paradoja de su especialidad. “¿Te fijaste si hay periodistas? Porque sino voy por otro lado”, se lo escucha decir muy seguido. El susurro, que ya se amplificó como un alarido, es parte de las sorprendidas confesiones que comparten los colaboradores de Marcos.
“Si antes era crítico del periodismo, ahora no se los quiere ni cruzar, porque sólo le suman problemas”, dice uno de los defensores de Marquitos, mientras no sale de su sorpresa por los esfuerzos que hace el jefe de Gabinete para no cruzarse con ningún representante de la especie humana que más cuestiona, desprecia y desconfía: los periodistas, aquellos poseedores de una membresía inmerecida en el círculo rojo que obsesiona al Presidente y que caracterizó el consultor ecuatoriano para definir al núcleo de poder que ejerce mayor influencia sobre la opinión pública.
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En esa jungla, a los ojos de Marcos, los periodistas son intermediarios innecesarios de una conversación pública que Cambiemos logró dominar sin ellos, gracias al intercambio directo a través de las redes sociales y las fake news de Facebook. Para mí, humildemente, una interpretación de superficie, con una estética económica que omite el peso de las corporaciones que le permitieron a Marcos construir su mejor versión.
Quizás por eso el desprecio que Marcos le prodiga a los periodistas no sorprende a su entorno más cercano, encargado de atajar a la prensa y negarle sistemáticamente cualquier atisbo de mala noticia. Esa onda defensiva del optimismo amarillo tiene a Marquitos como jefe, que en tiempos de crisis pronunciada, elige evitar cualquier cruce ocasional con algún periodista con alma de movilero que lo taclee y le haga preguntas sobre la situación actual.
Consultas que eludan el “cassette” y despierten la íntima molestia que habitualmente desemboca en una apuesta redoblada y contenida de Peña, cuando revierte la carga de la prueba y niega todo con una dosis mayor de optimismo. La misma que utilizó por enésima vez para negar la existencia de la crisis mientras el país entraba en pánico ante el desplome del peso frente al dólar.
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Tan determinante es la instrucción impartida que Marquitos siempre cuenta con un par de adelantados, encargados de detectar periodistas que se crucen en el camino del jefe de Gabinete. Toda una paradoja para el hombre fuerte de la comunicación del PRO, que afronta la pérdida de poder con bajo perfil, resignación y la espalda de Mauricio, que sigue repitiendo que “Marcos será el que apague la luz”, para reflejar que sólo entregará su cabeza el día que deje la presidencia.
Eso no significa que Marcos continúe en el mismo lugar hasta que termine el último año de mandato de Macri. Pero siempre jugará un rol clave en las decisiones de Cambiemos. Para lograr esa preservación, Peña no quiere que ningún periodista le pregunte nada por fuera de la liturgia que elige el Gobierno con conferencias de prensa y reportajes íntimos, como un desnudo cuidado.
La trastienda de estos días transcurrió casi sin Mauricio. La gira por New York se llevó una parte de la atención y la renuncia de “Toto” Caputo al Banco Central, la otra. Marcos siguió todo desde Buenos Aires. Dicen que sabía de antemano que el “Messi de las Finanzas” le iba a ofrendar su renuncia a Mauricio, pero no que lo haría durante el viaje. El trabajo sucio ya estaba hecho y Toto le había pedido a Mauricio que lo liberara de la silla eléctrica. Marcos le pidió hacerlo en otro momento, con una rosca en Buenos Aires que no logró controlar y que habría estallado en la Gran Manzana.
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La minicrisis (creada e inesperada) por la partida de Toto no alcanzó a romper el carruaje de cristal que más le gusta usar al Presidente: viajar por el mundo y “cargar pilas” con su imagen internacional. Aunque tiene sus costos, con consecuencias aún desconocidas, Mauricio es el único presidente que Donald Trump conoce desde antes de llegar a la Casa Blanca. No importa que haya sido para echarlo de Manhattan junto a su padre Franco y vedarles el acceso al real estate neoyorkino con la plata de Manliba. Lo que vale, es que tanto Mauricio como Marcos siguen siendo mimados por Trump en cada gira. Una zona de confort de Cambiemos que se rompe apenas el avión los trae de regreso a Buenos Aires.
Esta vez Marcos no pudo ser de la partida, pero celebró con los suyos el discurso que hizo Mauricio ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sin teleprompter y con una locuacidad que, por fin, le hizo honor a 15 años de fonoaudiología para evitar la papa en la boca que lleva en su adn de millonario. Fiel a los detalles, Marquitos no estuvo pleno. “No lo cuidaron bien”, lamentó junto a sus jóvenes estilistas del discurso, mientras flasheaban en vivo con la palabra presidencial, porque no podían creer que tuviera el cuello de la camisa descolocado. La foto salió estampada en los medios, pero la escena quedó sucia e incompleta. Con Marcos allá, eso no hubiera pasado.