¿Cómo fue posible que Xi Jingping, víctima del maoísmo, cuya adhesión al PC chino fue rechazada nueve veces, se haya transformado en el heredero de Mao? Y, sobre todo, ¿cuál es su proyecto ahora que tiene el poder absoluto?
El viejo truco de la anticorrupción
Xi Jinping consiguió extender rápidamente su poder, primero en China y luego en el exterior. En Occidente, el personaje fascina y preocupa. A los 65 años, regordete y con cara de buen tipo, Xi Jinping tiene la fuerza suficiente para desafiar a Occidente con su “nueva ruta de la seda”, una flota que consiguió superar en cuatro años a la de los países europeos y, sobre todo, con un sistema de vigilancia de la población superior al de cualquier país occidental.
Xi es presidente de China, pero también es el secretario general del PCC, jefe de las fuerzas armadas y autoproclamado líder de la lucha anticorrupción, un argumento que desde que llegó al poder le sirvió para limpiar un millón y medio de cuadros del Partido con causas por supuestos cohechos.
En todo caso, el presidente chino sabe que si comete un error sus enemigos se tomarán revancha y hace política con esa idea la cabeza.
2049, odisea china
Pero Xi Jinping también es popular en su país. Todo lo que genera burlas en Occidente, esa manera de construir poder en torno a su personalidad, para los chinos lo convierte en un hombre fuerte que puso a su país en la cima de los juegos del poder mundial.
Educado entre los miembros de la nueva elite, el destino del pequeño Xi cambió drásticamente en 1962. Su padre fue acusado de complot, detenido, humillado y exhibido en público. A los nueve años, acosado por los guardias rojos, el pequeño debe recitar citas de Mao de la mañana a la noche y denunciar a su padre. A los quince años lo enviaron a un campo de “reeducación política”.
Durante siete años fue designado como “enemigo del pueblo”, y lo mandaron a campos de trabajo. Su hermana mayor, incapaz de soportar la situación, se suicidó. Desde entonces, Xi no volvió nunca a quedar del lado de los perdedores en política.
El joven miembro del PCC ascendió todos los grados del poder. En 2012, se transformó en el número uno de la organización y poco después pasó a ser presidente. Pero esa parece haber sido solo una primera etapa.
La obsesión declarada de Xi es que China sea la primera potencia mundial, económica y militar, para el año del centenario de la China “comunista”, en 2049. Esa es la fecha que se impuso para que China supere finalmente a Estados Unidos.
En 2049, Xi tendrá 96 años. Su sueño es quedar en la historia.
El discreto encanto de la ideología
El programa oficial para 2049 incluye reemplazar el sistema global diseñado en Occidente por un modelo de hegemonía propio. Para eso, además de las primacía económica necesita, sobre todo, supremacía militar.
Ese programa ya se implementa en países vulnerables, sobre todo en África pero también en Sudamérica. La estrategia china consiste en aprovechar la enorme asimetría que rige esas relaciones para conseguir concesiones políticas a cambio de inversiones.
Los predecesores de Xi Jinping eran reconocidos por su pragmatismo en materia de relaciones internacionales. Con Xi, la dimensión ideológica cobró mucha más importancia. Y la ideología de Xi está fuertemente vinculada al nacionalismo chino. Quizás sea esa una de las razones por las que esta corriente de pensamiento, hasta hace poco dada por muerta, renace en todos los continentes.
Algunos predicen que la hegemonía china será aún peor que la norteamericana. El PC chino quiere controlar todo lo que toca, en todos los planos: ideológico, económico, político. Un ejemplo: como no consiguen controlar a la minoría uigur, musulmanes que se ven a sí mismos como una etnia y cultura más cercana a las naciones de Asia Central que a China, un millón fueron ubicados en campos para “reeducar su pensamiento”.
Pero Xi también quiere cambiar las reglas de la ONU, modificar la definición de derechos humanos y sustituirla por una concepción propia en la que el derecho al desarrollo prima sobre todos los otros, y que puede para ello suspender derechos políticos y sociales. A esta nueva visión del mundo Xi la sintetiza en la bella frase que resume su objetivo: “crear una comunidad de destino para el planeta”.
Soviets e Internet
Los dirigentes chinos también utilizan la tecnología al servicio del control ideológico. De acuerdo a lo que afirman expertos occidentales, estamos solo en el comienzo del sistema de “créditos sociales”, en el que cada persona recibe una cierta cantidad de puntos, que aumentan por ejemplo si adhiere al Partido o disminuyen si critica al gobierno. Los que tengan malas notas no podrán entre otras cosas viajar fuera de China, o incluso dentro del territorio, tampoco podrán obtener préstamos a tasas preferenciales, etc.
Este sistema de control, que apunta a generalizarse en 2020, se apoya en tecnologías de última generación. Los criterios de puntuación se ajustarán de aquí a entonces, pero se trata de un instrumento que debería permitir propagar y consolidar “nuevos valores”.
A partir de la modificación constitucional del año pasado queda claro que al modelo chino no le preocupa imitar la dimensión formal de las democracias occidentales. El programa hasta 2025, por su parte, apunta a transformar al titán asiático en un gigante de la innovación que controle todas las tecnologías de punta, incluidas las militares, las de reconocimiento facial, inteligencia artificial, etc.
La China con la que sueña Xi Jinping es una suerte de Unión Soviética con la fortaleza de la economía china y los recursos tecnológicos de Silicon Valley. Vasto programa para Xi, de acá a que sople 96 velitas.